Los dos lados de la cama
Hace poco había caído en cuenta de esta extraña expresión, "Levantarse del lado equivocado de la cama". Su significado coloquial obviamente apuntaba a el hecho de que lo que comienza mal, habitualmente termina mal. Y si alguien ha pasado un mal día, debe volver su mirada acusadora al inicio del día, el cual tiene como primera acción levantarse de la cama.
Una ligera curiosidad me llevó a preguntarle a unos cuantos amigos acerca del lado de sus camas del que se levantaban. Generalmente era el mismo. Sobre todo, cuando se trata de parejas que duermen juntas o de personas cuyas camas están contra una pared, es casi inevitable levantarse del mismo lado todos los días. Pero, aquellos que tenían posibilidad de cambiar de punto de inicio, no solían variar mucho. Les pregunté si, los pocos días en los que se habían levantado del lado contrario, habían experimentado algo desfavorable o meramente diferente en su rutina diaria. No recibí más que respuestas vagas.
Me empecé a preguntar si realmente existiría un lado correcto para levantarse cada día. Lunes izquierdo, martes derecho, miércoles derecho nuevamente, el resto de días izquierdo, la próxima semana se repite, y la siguiente tendrá que ser al contrario. ¿Cómo se suponía que uno iba a saber eso? Realmente nadie le decía a nadie que se había levantado del lado equivocado hasta que surgían las consecuencias de ello. ¿Acaso no había forma de evitarlo, de pensarlo dos veces y averiguar de qué lado debería uno levantarse antes de hacerlo? Probablemente uno se ahorraría muchas desgracias si lograra descubrir ese misterioso patrón.
Traté de reflexionar sobre mí misma, traté de hallar alguna secuencia regular. Descubrí entonces que el lado por el que me levantaba lo determinaba el lugar en el que hubiese dejado mis pantuflas la noche anterior. Eso no era todo; la posición de mis pantuflas dependía del lado por el que había entrado a mi cuarto. Y esto, a su vez, sucedía en cuanto a qué estaba haciendo antes de irme a dormir. ¿Me despedía de mi hermano? Entonces entraría por el lado izquierdo. ¿De mis padres? Sería entonces el derecho. ¿Y de qué dependía eso?
Me remonté cada vez más atrás en los días, tratando de fijar un curso determinado, encontrando el hecho frustrante de que a veces dejaba las pantuflas al lado izquierdo porque la noche anterior las había dejado al derecho.
¿Era realmente posible determinar mi suerte por una acción tan sencilla como levantarme de la cama por la izquierda o la derecha? En realidad, todo apuntaba a un curso de acciones que se encadenaban a lo largo de días, semanas, meses y años.
Esto era peor que deprimente. Si la suerte de las personas estaba determinada desde el primer instante en que eran capaces de levantarse de una cama, ¿de qué servía tratar de adivinar y cambiar?
Me hubiese permitido reírme en ese punto. Era un razonamiento un tanto ridículo, creer que todas las acciones estaban ligadas al simple hecho de poner un pie fuera de la cama. Sí, había una conexión en todo lo que hacíamos, ¿pero de verdad era tan radical y sus consecuencias tan innegables?
Que impresionante sería ser capaz de desviar ese curso, decidir si tendremos un buen día o un mal día antes de que empiece todo.
¡Qué más da! Me levantaré del lado que me de la gana.