Señales en el cielo
El niño marcó una equis sobre el lugar en el que, supuso, debía estar su casa. Asumió que sus acciones habían estado motivadas por el aburrimiento y devolvió el mapa sin ningún remordimiento de haberle hecho una marca.
Al salir del recinto, encontró un pasillo vacío en el que nadie le esperaba. Se sentó y aguardó. Pero tras largas horas nadie más apareció y las personas que se paseaban de un lugar a otro no estaban interesadas en un niño extraviado.
Así que decidió abandonar el edificio y emprender rumbo, ¿a dónde? No lo sabía, no conocía el camino a su casa.
Fuera lo recibió un ambiente totalmente extraño. Estaba acostumbrado a las casas pequeñas, los parques grandes cubiertos por arboledas, la presencia casi fantasmal de sus vecinos. Ahora, se encontraba en una jungla de cemento, ocupada por altísimos edificios y muchedumbres que llenaban las aceras.
El niño levantó la mirada y contempló en silencio el mundo tan descomunalmente grande que lo rodeaba.
Siguió los interminables ventanales que cubrían la fachada de uno de los edificios y, al llegar a la cima, descubrió que un avión volaba demasiado bajo.
Temió por los tripulantes del avión; pero, aunque el edificio era muy alto, el avión volaba a mucha más altura.
Con alivio vio cómo el avión se alejaba y dejaba tras de sí una estela de humo blanco. El avión se perdió de vista pero la línea blanca seguía allí, así que la siguió.
Ignoró las masas y se desplazó por las calles, siguiendo la línea. Podría estar caminando en el cielo. Nadie se interponía en su camino, nunca tuvo que detenerse ni hizo falta que dejara de mirar al cielo.
Por fin alcanzó el avión. Este regresó y cruzó una línea, más corta, sobre la primera. El avión se desvaneció entre las nubes, dejando como única evidencia de su paso por allí la equis dibujada en el cielo.
Cuando el niño bajó la mirada, halló casa pequeñas, parques inmensos y una puerta abierta tras la cual lo esperaban.
