La cárcel
Existe una cárcel sin barrotes ni guardias ni cadenas, en la que la mayoría ha entrado por curiosidad y se han quedado por propia voluntad.
En ella nadie recibe maltrato severo, los presos pueden hablar entre ellos o jugar juntos, o si lo prefieren, pueden jugar solos. Pasan tanto tiempo entretenidos, que se olvidan de comer y de dormir, incluso de algo tan apremiante como ir al baño. Se encuentra tanta información como jamás se había imaginado, y quien sepa algo bueno, puede, si quiere, aportarlo. Y en esta cárcel jamás hay aburrimiento pues cada vez que algo termina, algo nuevo comienza. También es una cárcel silenciosa, pues aunque todos hablan, nunca se escucha una voz, la risa o el llanto. Cuenta con cómodos sillones y sillas, elegidos personalmente por los presos; y si ellos desean disfrutar de la luz del sol y el cálido día, pueden elegir un prado o asientos en el exterior, allí también pueden gozar de la diversión de sus pequeñas y rectangulares celdas. Lastimosamente, no existe horario de visitas ni contacto con las personas ajenas a la prisión, no porque esté prohibido, sino porque los mismos presos prefieren omitir dicho servicio. La cárcel le está sumamente agradecida a sus presos, pues gracias a ellos, a sus generosos y sedientos aportes, la cárcel puede proporcinarles infinitos juegos y servicios, actividades que no los dotarán de una magnífica musculatura o de algún tipo de resistencia física, como en las prisiones comunes, pero que los beneficiará otorgándoles una increíble velocidad a sus dedos. Tal vez la única resistencia que ganarán es la resistencia a dormir.
Con tanta diversión uno se preguntaría si es más parque de atracciones que cárcel, pero se trata de la mejor prisión que de manera tan práctica apresa y drena a sus reclusos y que se asegura, con constantes ofertas, de que nunca reclame su libertad.