Un tercer ojo
Encerrada entre paredes sólidas, solo puedo ver cuanto hay en el interior. Es aburrido, terriblemente aburrido. Siempre lo mismo, me sé de memoria la ubicación exacta de cada mueble, el ancho de cada pared, la altura de cada escalón. Si dejara de haber luz en el interior, podría moverme por allí sin llegar a hacerme daño.
De hecho, hubo un día en el que la luz desapareció. Me moví, como ya he mencionado, con total confianza de conocer el camino que debían seguir mis pasos. Paseaba por el vestíbulo cuando una luz se encendió. No era del interior, pertenecía al otro lado, se filtraba por debajo de la puerta.
Al principio la ignoré, pero la luz era tan persistente, y era lo único que podía ver en medio de la oscuridad, que cautivó mi atención. Me senté largas horas a contemplar la fina línea de color amarillo; me agaché para espiar por debajo de la puerta, pero no podía ver mucho.
Algo apareció entonces sobre la puerta, tal vez siempre había estado allí. Un diminuto círculo de metal y vidrio. Dudé un momento antes de acercarme y mirar a través de él.
Lo que descubrí no era gran cosa. Se trataba de una puerta blanca como la mía, al lado de la cual relucía aquella luz que había despertado mi interés. La puerta se abrió y vi salir de ella a otra mujer cuyo rostro se me hacía muy familiar.
Se quedó de pie contemplando algo que yo no podía ver, deleitándose con lo que era desconocido para mí. Entonces volvió su rostro hacia mí, sa acercó lo suficiente a mi puerta como para que pudiera verla. Verla fue como mirar a un espejo.
Me sonrió y se alejó de la puerta, hacia ese lugar desconocido.
Busqué la chapa de la puerta, queriendo seguirla. Pero la puerta era totalmente lisa. Más que una puerta, podría decirse que era una pared más.
Pasé toda la noche mirando por el ojal, esperando su regreso, esperando que en vez de abrir su puerta, abriera la mía.